Un labriego caminaba
A lo largo del sendero
Y el paisaje contemplaba
Viendo las hojas caídas,
Las vides que amarilleaban
Dando reflejos de fuego
Al páramo que habitaba.
Castilla toda iniciaba
La época de la otoñada.
Allí junto a la cuneta
Una silueta alargada
Brillando sobre la tierra
Un zig-zag sobre su espalda
La cabeza triangular
Y con pequeñas escamas
Su boca muy puntiaguda
Que despuntaba elevada;
Era una áspid hocicuda
Típica de esas montañas
Y que apenas se movía
Pues tenía una gran espina
Obstruyendo su garganta.
El hombre la recogió
Y con gran delicadeza
La espina que le sacara
Acarició a la serpiente
Y tan fría la encontraba
Que la albergó en su seno
Cubriéndose con una manta
Con el calor de su pecho
La víbora se despertaba
Y poco a poco sintiose
Que la vida recobraba
Y entonces llegó el momento
(Naturaleza llamada)
Pues con le calor del cuerpo
La víbora despertara
Y entonces con gran sigilo
Se deslizó delicada
Buscando un lugar del cuerpo
De final piel en la espalda.
Abrió su terrible boca
Y por su instinto ayudada
Clavó sus largos colmillos
Rasgando la piel ansiada
Penetrando aquella carne
Y el veneno en las entrañas.
Por la noche lo encontraron
Cubierto con una manta
Ya sin vida aquel labriego
Que por todo lo que amaba
Quiso salvar una vida
Porque la suya entregaba
Un anciano que lo vio
Dijo con su voz cansada:
“Ha sido una muerte inútil
Igual que cuando un hombre ama
Y ve que su amor peligra.
Para salvar ese amor
Para ayudar a su Dama
Solo se ha de dar la vida
Por ella, si a ti te ama”