Finis Gloria Mundi

Silbaba el viento en esa noche gélida, oscura, sin luna. Una figura delgada, un espectro, caminaba torpemente entre los árboles, sorteando un reguero de cruces y coronas de flores yermas. Llegó a la entrada de la pequeña construcción coronada con un ángel tocando la trompeta y, empujando la verja chirriante, entró.Sobre una mesa de mármol, boca arriba, se encontraba esperándolo. Estaba desnuda, sus piernas abiertas mostrando un sexo seco, su pecho apenas dos pliegues de piel, su rostro toda una arruga solo alterada por las cuencas de lo que en su día pudieron ser dos bellos ojos y unos restos de cabello sobre la frente. Elevó sus descarnados brazos y invitándolo a yacer con ella.Toda la estancia olía a humedad, abandono, a materia inane, a muerte, en una oscuridad solo interrumpida por una pequeña vela situada en el suelo al fondo de un recinto recubierto con grandes losas de mármol con nombres casi ilegibles por la pátina creada por el paso del tiempo.
Fuera el viento aullaba, haciendo gemir a los cipreses.Él se tumbó al lado a ella juntando sus secos labios y abrazándose con sus cuerpos yermos, crujiendo, fragmentándose y formando pequeñas nubes de polvo.Amor de muerte de quienes no supieron amar en vida, amor agónico desesperado de quienes perdieron todos los trenes y este, el último, los llevó a su total destrucción.…….…….Al amanecer solo unos restos de ceniza quedaban en la mesa de mármol que el viento del otoño barrió.